Autor: Héctor B. Fallótico
Probablemente al lector de este artículo le
resulte poco común encontrar un título planteado de este modo. Y sí...yo diría
que casi lo habitual es otro perfil actitudinal, donde en términos generales,
para ser justo con los honestos, el modelo es otro.
Pero si hacemos un pequeño esfuerzo, y
tratamos de reconocer aquellas cuestiones que nos motivan a comprar un
determinado producto o tomar algún servicio, encontraremos que, más allá de los
componentes tradicionales de la demanda (precio, calidad, envase, etc.), existe
una expectativa que no siempre es contemplada a la hora de satisfacer
plenamente al consumidor, y es la de encontrar una buena, no especulativa y
honesta actitud del oferente, detalle no menor a la hora de algún reclamo o
exigencia de cumplimiento entre lo que se le prometió y se adquirió
definitivamente.
Y aquí, nos detengamos un momento. Tratemos
de hacer un análisis que nos permita identificar en cuántas situaciones nos sucedieron
y veremos que es más frecuente de lo que nos imaginamos, nos vamos
acostumbrando y cedemos en lugar de buscar otras alternativas, cuando es
posible.
¿Será que el mundo de los negocios se ha
tornado tan complicado y turbulento, que caemos en el facilismo sin escrúpulos
para tomar decisiones oportunistas?
¿O que la honestidad es una alternativa muy
ardua, que requiere de firmes convicciones éticas como personas, lo que supone
dejarnos expuestos y perder posibilidades de éxito para los intereses que
representamos y defendemos?
¿No les parece, que si encontráramos
honestidad y ética en los organismos oficiales, empresas de servicios y
organizaciones a las que a diario les compramos sus productos y servicios, nos
brindarían una imagen y respaldo, que los convertirían en los elegidos?
¿No representa una verdadera ventaja
competitiva, un valor agregado que el cliente anhela desde hace mucho tiempo?.
¿No es una garantía real para el consumidor?
Imaginemos una empresa que muestra en su
publicidad nada más ni nada menos que el atributo más deseado: “la honestidad”
de su gestión; donde el precio es justo, la calidad prometida es real, el
abastecimiento es continuo, los impuestos fueron pagados según una verdadera
posición de las utilidades de la empresa, donde los presupuestos se elaboran a
conciencia y las compras se compulsan entre los mejores proveedores y no entre
“los elegidos de siempre”, donde la herramienta de gestión se utiliza como
mecanismo de eficiencia y efectividad y no con fines especulativos.
Debemos entender, que desde la óptica del
cliente, sólo la actitud ética y honesta permite sostener en el tiempo una
imagen sólida y perdurable de una organización. Por supuesto, es el camino más
duro, que requiere de valores no negociables y esfuerzo cotidiano, donde las
decisiones se alimentan de las mejores ideas, las más adecuadas y a
“conciencia”, pensando en el cliente y su satisfacción real y no como discurso
de moda o por el impulso de un slogan. Es hora de empezar.